Sobre el aprendizaje, el arte de narrar y los viajes de las palabras
No aprendí el arte de narrar en los palacios de Bagdad. Mis universidades fueron los viejos cafés de Montevideo. Los Cuentacuentos anónimos me enseñaron lo que sé. En la poca enseñanza formal que tuve, porque no pasé de primero de liceo, fui un pésimo estudiante de historia. Y en los cafés descubrí que el pasado era presente, y que la memoria podía ser contada de tal manera que dejara de ser ayer para convertirse en ahora. No recuerdo la cara ni el nombre de mi primer profesor. Fue cualquier parroquiano de esos que todavía se reúnen, en los pocos cafés que [...]